"Atestado de una catástrofe en el país de las hormigas"

Fotógrafo : Metin Demiralay

Fotógrafo : Metin Demiralay
"Si es preciso, se apretujaron los dos en un rincòn, en la habitaciòn del primer piso, e hicieron el amor mentalmente, pensando todo el rato: Somos arañas o babosas" El Atestado - Le Clèzio / Fotógrafo : Metin Demiralay

Jean Marie Lè Clèzio


Jean Marie Lè Clèzio, escritor Francés galardonado con el Nobel en el año 2008. Es un autor de más de 40 obras y apenas un tercio de ellas han sido traducidas al español. Pese a eso, este autor representa muchos rasgos de lo contemporáneo, es un hombre de “mundo”, un colono errante que pese a su nacionalidad ha escrito sobre diferentes temas; entre ellos, la mirada de otras tierras ajenas al mundo Europeo. Cuándo tenía apenas 23 años escribió su primera novela que fue galardonada con el premio Renaudot en el año de 1963. En esta primera etapa de su obra literaria Lè Clèzio se caracteriza por una exploración y experimentación con el lenguaje; esta obra retrata la marginalidad y la desadaptación, y recoge la influencia de obras cumbres de la literatura francesa, la introspección habitual del existencialismo pasado, la exploración narrativa de la “Nueva Novela”, y una gran cantidad de voces literarias importantes de la historia narrativa Francesa. Sin embargo, la obra de este autor ha marcado varios puntos de referencia distintos, esa primera etapa se caracteriza por ese proceso de búsqueda tanto en estilo como en los contenidos que retrata(explorando la marginalidad, los miedos provocados por la ciudad atestada, la desadaptación, la locura), la segunda etapa de la literatura de Clèzio; abandona el vertiginoso ritmo experimental, para abordar temas como “los viajes, la infancia, la mirada hacia otras tierras no Europeas” que permitió que este autor fuera reconocido en otras latitudes no Francesas y no necesariamente Europeas, Lè Clezio se descentraliza para adentrarse al desconocido mundo cultural Africano en “Desierto” y también, escribe algunas obras sobre su experiencia en México con comunidades indígenas, y también su permanencia en Perú con otra comunidad autóctona. Este autor se revela influenciado de forma directa por el cine, tanto que este siempre está presente como elemento referencial o por la misma construcción narrativa - visual que provoca su lectura. Por todas estas razones considero que es un autor que vale la pena abordar, para acallar el silencio de la poca traducción a esta lengua Española y porque es un observador contemporáneo de ese mundo global, interconectado, una voz que se alza en nombre de la universalidad, y de las contingencias culturales que nos hacen diferentes pero que hoy más que nunca son visibilizadas y puestas en tela de juicio.

lunes, 21 de mayo de 2012

Fragmento de "El Atestado".

Fragmento de "El Atestado". Cuando Adam Pollo recorre las calles siguiendo de cerca el camino y vagabundeo de un perro por la ciudad. 

"Un perro es seguramente mucho más fácil de seguir de lo que se suele pensar. De entrada  es cuestión de ojo, de altura de la mirada; hay que rebuscar entre los hormigueos de las piernas para descubrir la mancha negra que vive, que palpita, que corre por debajo de las rodillas; Adam lo conseguía con bastante facilidad por dos razones: la primera era que, como iba ligeramente encorvado, su mirada tenía tendencia a dirigirse naturalmente hacia el suelo, es decir hacia los animales cuadrúpedos que en él viven; la otra razón era que llevaba mucho tiempo entrenándose en seguir alguna cosa; se cuenta que cuando tenía doce o quince años, al salir del colegio, Adam se pasaba sus buenos ratos siguiendo a la gente así, a menudo a muchachas adolescentes, en medio del gentío. No lo hacía adrede; sino solamente por el placer de dejarse conducir a montones de sitios, sin preocuparse por el nombre de las calles ni por nada serio. En aquella época fue cuando tuvo la revelación de que la mayoría de la gente, con sus codos apretados y sus ojos voluntariosos, se pasa el tiempo sin hacer nada. A los quince años ya se había enterado de que la gente es imprecisa, indelicada, y que, aparte de las tres o cuatro funciones genéticas que realizan a diario, se patean la ciudad sin figurarse los millones de casas que podrían mandarse construir en el campo, y estarse en ellas enfermos, o pensativos, o indolentes. (…) El Perro encontró a la perra en el sótano, en la sección de electricidad. Había debido de explorar toda la planta de  la calle, deslizarse por entre centenares de pantorrillas, antes de verla. Cuando la vio, ella estaba bajando los primeros peldaños de la escalera que conducía al sótano; Adam tuvo por un momento la esperanza de que el perro no se atrevería a seguirla hasta abajo. No es que no tuviese ganas de acercarse él también a la hembra, al contrario; pero de buena gana hubiera sacrificado aquel placer para no estar más tiempo en el interior de aquel almacén horrible; estaba aturdido por el ruido y por las luces, era difusamente recuperado por todo aquel hormigueo humano; era en cierto modo como si diese marcha atrás y la náusea le vacilase en la garganta; sentía que se le escapaba la especie canina en aquel lugar cerrado de bakelita y de electricidad; no podía evitar leer los precios a su alrededor; una especie de comercio intentaba volver a poner las cosas en orden en su conciencia. Hacía cálculos a flor de labios. Hipócritamente, se iba despertando un apego ancestral aquella materia que habían tardado un millón de años en conquistar, y rompía en voluntad y desbordaba por todo su ser, traducido en minúsculas tergiversaciones, en gestos ínfimos de los párpados o de los músculos zigomáticos, en escalofríos por la nuca, en vaivén de adaptación de la pupila; el lomo negro del perro ondulaba delante de él, y Adam volvía casi a empezar a verlo, a sopesarlo en el seno de su cerebro, en un trémolo nativo de juicios en incubación. (…) De todos modos, el perro servía tan bien como cualquier otra cosa, porque los escasos paseantes con los que se cruzaba por la acera apenas lo miraban, detrás de sus gafas ahumadas, y parecían no tener el mínimo deseo de saludarle. Eso demostraba que él ya no pertenecía tanto a aquella raza detestable, y que, como su amigo El Perro, podía ir y venir por las calles de la ciudad, y husmear en los almacenes sin que le vieran. Pronto quizás él también podría orinar tranquilo en los ejes de los coches americanos o en las señales de prohibido aparcar, y hacer el amor al aire libre, en medio del polvo, entre dos plátanos”.

                                      Ernst Ludwig Kirchner - Frauen auf der Strasse

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