"Atestado de una catástrofe en el país de las hormigas"

Fotógrafo : Metin Demiralay

Fotógrafo : Metin Demiralay
"Si es preciso, se apretujaron los dos en un rincòn, en la habitaciòn del primer piso, e hicieron el amor mentalmente, pensando todo el rato: Somos arañas o babosas" El Atestado - Le Clèzio / Fotógrafo : Metin Demiralay

Jean Marie Lè Clèzio


Jean Marie Lè Clèzio, escritor Francés galardonado con el Nobel en el año 2008. Es un autor de más de 40 obras y apenas un tercio de ellas han sido traducidas al español. Pese a eso, este autor representa muchos rasgos de lo contemporáneo, es un hombre de “mundo”, un colono errante que pese a su nacionalidad ha escrito sobre diferentes temas; entre ellos, la mirada de otras tierras ajenas al mundo Europeo. Cuándo tenía apenas 23 años escribió su primera novela que fue galardonada con el premio Renaudot en el año de 1963. En esta primera etapa de su obra literaria Lè Clèzio se caracteriza por una exploración y experimentación con el lenguaje; esta obra retrata la marginalidad y la desadaptación, y recoge la influencia de obras cumbres de la literatura francesa, la introspección habitual del existencialismo pasado, la exploración narrativa de la “Nueva Novela”, y una gran cantidad de voces literarias importantes de la historia narrativa Francesa. Sin embargo, la obra de este autor ha marcado varios puntos de referencia distintos, esa primera etapa se caracteriza por ese proceso de búsqueda tanto en estilo como en los contenidos que retrata(explorando la marginalidad, los miedos provocados por la ciudad atestada, la desadaptación, la locura), la segunda etapa de la literatura de Clèzio; abandona el vertiginoso ritmo experimental, para abordar temas como “los viajes, la infancia, la mirada hacia otras tierras no Europeas” que permitió que este autor fuera reconocido en otras latitudes no Francesas y no necesariamente Europeas, Lè Clezio se descentraliza para adentrarse al desconocido mundo cultural Africano en “Desierto” y también, escribe algunas obras sobre su experiencia en México con comunidades indígenas, y también su permanencia en Perú con otra comunidad autóctona. Este autor se revela influenciado de forma directa por el cine, tanto que este siempre está presente como elemento referencial o por la misma construcción narrativa - visual que provoca su lectura. Por todas estas razones considero que es un autor que vale la pena abordar, para acallar el silencio de la poca traducción a esta lengua Española y porque es un observador contemporáneo de ese mundo global, interconectado, una voz que se alza en nombre de la universalidad, y de las contingencias culturales que nos hacen diferentes pero que hoy más que nunca son visibilizadas y puestas en tela de juicio.

jueves, 5 de julio de 2012

La Música del Hambre - Fragmento Página 110


                                                            Fotógrafa: Laure Albin-Guillot
                                                                             


"(...) Hasta que todo volvía a comenzar. Los vértigos, el vacío. Ethel permanecía tumbada en la cama, sin desnudarse, sin haber cenado, con los ojos abiertos, mirando el rectángulo de la ventana donde la luz del cielo dibujaba las cuadrículas del cristal. No sentía auténtica tristeza, pero las lágrimas le resbalaban por las mejillas y mojaban la almohada, como un vaso que se desborda. Se dormía pensando que el agujero que la traspasaba se reabsorbería al día siguiente, pero al despertar comprobaba que los bordes de la herida seguían igual de abiertos.
Lo más extraño era que podía vivir con eso. Podía ir, venir, hacer cosas, ir a clase de piano, verse con amigas, tomar el té en la casa de sus tías, coser a máquina el vestido azul para el baile de fin de año en la Politécnica, hablar, hablar, comer un poco menos, beber alcohol a escondidas (una botella de whisky Knockando en una caja de madera cerrada con tiras de cuero, regalo secreto de Laurent), podía leer los periódicos e interesarse por la política, escuchar los discursos del canciller alemán en el Buckerberg, para la Fiesta de la cosecha, su voz que vibraba en los agudos, iracunda, patética, ridícula, peligrosa, que decía: "¡La libertad ha convertido Alemania en un hermoso jardín!".
Pero eso no colmaba el vacío, no cerraba los labios de la llaga, no llenaba el ser con la sustancia que se había vaciado, año tras año, y que se había desvanecido en el aire.
Justine había intentado ayudarla. Una noche entró en la habitación y se sentó al borde de la cama. No había hecho eso en muchos años. Desde la infancia de Ethel, tras la violentas peleas con Alexandre, cuando se hablaban con dureza, con maldad, sin insultos, pero él con ira y ella con sarcasmo, y sus palabras eran menos crueles e hirientes que si se hubiesen dado puñetazos, que se si se hubiesen arrojado platos y libros, como hacían otros matrimonios. Ethel permanecía paralizada en su sillón, con el corazón latiéndole violentamente y temblándose las manos. No podía decir nada, sólo en una o dos ocasiones había gritado: "¡Basta!". Y Justine entró en su habitación, se sentó en la cama, como aquella noche, sin decir nada, tal vez lloró en la oscuridad. Ahora todo eso se había acabado, habían dejado de pelarse, pero el vacío se había hecho mayor, habían abierto entre ellos un abismo que ya nada podría llenar. (...) Había que abandonar la infancia, hacerse adulta. Comenzar a vivir. ¿Todo eso para qué? Para no tener ya que fingir. Para ser alguien. Para convertirse en alguien. Para endurecerse, para olvidar"



La Mùsica del Hambre - Fragmento página 134


"(...) Y en seguida, tuvo que hundirse en la realidad. Era como si todo se acelerase, una película de cinematógrafo cuya manivela girase alguien a toda velocidad, escenas que saltaban, cómicos traqueteos, gente corriendo, ojos revolviéndose, muecas (...) Llegado un momento, Ethel, rabiosa, se sentó en el taburete, la espalda erguida, y respiró hondo. Acto seguido comenzó a tocar, un poco tiesa al principio, hasta que sintió que entraba en calor, suavemente, tocaba un Nocturno de Chopin, las deslizantes notas salían por las puertas vidrieras abiertas y colmaban el jardín que ya amarilleaba por el otoño, sabía que nunca había tocado tan bien, nunca había sentido semejante fuerza. Las hojas de los castaños remolineaban azotadas por el viento, cada pasaje del Nocturno se entreveraba con la caída de las hojas, cada nota, cada hoja...Era su adiós a la música, a la juventud, al amor, su adiós a Laurent, a Xenia, al señor Soliman, a la Casa Malva, a todo cuanto había conocido. Muy pronto no quedaría nada. Cuando acabó de tocar, Ethel cerró de golpe la tapa como se cierra una caja llena de tesoros, y todas las cuerdas del viejo piano emitieron una extraña amalgama de sonidos graves entremezclados. Un lamento, o más bien una dolorosa risa burlona, pensó Ethel. Justine estaba de pie a su lado, los ojos enrojecidos por las lágrimas. Buen momento para llorar, murmuró Ethel, aunque las palabras no llegaron a brotar de su garganta. Buen momento para llorar, sí, pero esas lágrimas tenías que haberlas derramado ayer, cuando todavía podías hacer algo".

Fotógrafo: Bill Brant 

miércoles, 4 de julio de 2012

La Mùsica del Hambre




Jean Marie Le Clézio publica La Música del Hambre, poco después de haber sido galardonado con el mayor certamen en el universo literario, el nobel, en el año de 2008. Como suele suceder con los ganadores de este premio, el autor comienza a ser publicado en otros idiomas y se logra romper el mutismo, provocado por el desconocimiento de este autor en otros países no europeos. Logro interesante, debido a su extensa y polifacética obra, su dimensión universal y multicultural. Es por eso que el mismo autor se declara como un hijo itinerante del mundo, proviene de una familia nómada de las islas Mauricio y precisamente por eso, es un autor que jamás se ha asentado por demasiado tiempo en una sola zona geográfica, de ahí que, Le Clézio se haya permeado de todas las múltiples culturas que ha conocido en su viaje extenso por el mundo. Su obra ha reflejado su itinerante exploración y se ha denominado a Lé Clézio como uno de los autores europeos que mejor ha sabido reflejar en su universo literario una visión descentralizada de otras culturas y su constante permeabilidad en nuestras sociedades actuales, diluyendo cada vez; diferencias, para dar paso a una comprensión panorámica de otras prácticas sociales y culturales de otras sociedades no occidentales. 



La obra de Lé Clézio retrata las vicisitudes de una niña en crecimiento, llamada Ethel Brun, proveniente de una familia exiliada de las islas Mauricio con un estatus socio económico medianamente alto. Su padre se llama Alexandre Brun, un hombre apuesto, un abogado no litigante que vive de la herencia obtenida por su abuelo en la isla y que se encarga de despilfarrar por su apática y superficial vida. Siempre esta en función de negocios inexistentes, a los que invierte energía y grandes cantidades de dinero, y organiza cada tanto reuniones sociales; donde comenzará a verse la célula en crecimiento del horror que se avecina. Será en estas conversaciones en dónde Ethel escuchará a Hitler por vez primera, como un nombre lejano, inofensivo, el cual parece no permear demasiado la sociedad francesa, pero posteriormente dejará a todos en un padecimiento inolvidable, un declive de una sociedad saturada por la indolencia.  Justine Brun, madre de Ethel, es una mujer solitaria, que vive en su interior la llaga de un matrimonio infeliz, y será la pequeña Ethel quién viva en carne propia, una relación filial fracasada, escuchando constantemente las peleas diarias de sus padres, los silencios ininterrumpidos, los errores cometidos indiscriminadamente por todo lo que representa el mundo adulto,  el cuál no tiene concesión con la infancia, lugar del ensueño y de la esperanza de la vida.

La música del hambre está dividida por capítulos, en cada uno se hablará de un acontecimiento que sellará la vida de Ethel en su proceso de crecimiento y madurez. El primero, llamado la Casa Malva, es un capítulo de sueño, la pequeña Ethel siembra la raíz de sus deseos adolescentes, maduros. La primera imagen corresponde a la de un hombre llamado Soliman, quién es el tío abuelo de Ethel, padrastro de la madre. Este hombre que fue a lo largo de su vida un viajero, un loco, como se le define por la familia y por Alexandre. Esta en su edad de vejez, y posee una gran herencia que quiere donar a su nieta para asegurarle una vida futura. En ese primer capítulo se muestra la relación afectiva del abuelo y la nieta. Soliman, la lleva a un lote localizado en el pabellón de la India Francesa, donde sueña construir su casita de ensueño, su pequeño espacio íntimo; de flores abundantes y lagunas espejo, que reflejan la belleza del cielo y sobre todo, que se aleja de la ciudad “atestada” de París. En este análisis sobre la casa malva me gustaría citar algún fragmento de la Poética del Espacio, un análisis crítico y poético sobre la ubicación que tienen los lugares; nuestras casas, en la vida emocional y psíquica del poeta, o del ser que recuerda e imagina un pasado, el cual solo se hace manifiesto en los umbrales espaciales que hemos habitado o de las sensaciones suscitadas que nos evocarán siempre a la memoria.

“1Porque la casa es nuestro rincón del mundo. Es – se ha dicho con frecuencia – nuestro primer universo. Es realmente un cosmos. Un cosmos en toda la acepción del término”

En este pequeño fragmento Bachelard nos plantea como la casa es nuestra matriz, nuestro primer germen. Planteo esta relación con la obra de Bachelard precisamente porque la casa en la obra de Le Clézio es indispensable, no es de gratis que la obra se llame la Música del hambre,  no un hambre físico que también se hace manifiesto en la novela, sino un hambre profundo, provocado por las perturbaciones familiares, la incomprensión conyugal y posteriormente la caída total de la familia, el exilio. La imposibilidad de llevar a cabo la construcción de la casa malva, lugar donde Ethel se refugia en la infancia y único rincón de posibilidades en la adolescencia, marcará un hito de cómo el espacio, la privación de la intimidad, de la libre circulación de ser, tiene estrecha relación con el espacio que habitamos o el espacio que soñamos habitar.

“2Se ha detenido ante la casa. Su rostro encendido trasluce una satisfacción plena. Sin decir palabra, estrecha la mano de Ethel y suben juntos los peldaños de madera que conducen a la escalera exterior. Es una casa muy sencilla, de madera clara, rodeada de una veranda con columnas. Las ventanas son altas, cerradas con celosías de madera clara. (…) Cuando entran no hay nadie. En el centro de la casa, un patio interior, iluminado por la torre, está bañado por una extraña luz malva. En uno de los lados del patio, un estanque circular refleja el cielo. El agua está tan quieta que, por un instante, a Ethel le ha parecido un espejo. Se ha detenido con el corazón palpitante. (…) Algo tiembla. Algo inacabado, un poco mágico. El hecho de que no haya nadie, sin duda. Como si se hallara en el templo de verdad, abandonado en medio de la jungla, y a Ethel le parece oír el rumor de los árboles, gritos agudos y roncos, el paso afelpado de las fieras en el sotobosque. Se estremece y se aprieta contra su tío abuelo”

Este es el primer capítulo, marcado por las huellas imborrables de ese momento junto a su abuelo, de esa casa malva que será en el trayecto de su vida, un lugar fundamental en su memoria. Des afortunadamente esa casa jamás será construida. La herencia del tío abuelo se perderá por el despilfarro e ignominia del padre Alexandre, de ahí en adelante, la vida familiar pasara por un quiebre paulatino el cuál se sellará absolutamente con el inicio de la segunda guerra.

En la música del hambre todo es sugerido, nos hablan de una caída vital de una familia, provocada por los recuerdos no subsanados del pasado, los errores cometidos de los padres, y la guerra que llega abruptamente a terminar de destruir lo poco o nada que aún queda. Pero todo sucede en el espacio interior, son pocas las veces en que Ethel recorrerá las calles, si acaso, será en ese lote heredado de su abuelo, al que recurrirá con mucha frecuencia, en compañía de su amiga Xenia; otra figura central en la vida infante y adolescente de Ethel. Pero todo lo que sucede, estará sobre todo vislumbrado a través del ojo filial, de los acontecimientos sociales y políticos que afectan  lo privado; el hogar.

Xenia, es una joven refugiada rusa. Tuvo que abandonar junto a sus padres su antigua morada noble en Rusia; provocada por la revolución Bolchevique y que los despoja de su antigua riqueza. Años después la familia se traslada a París donde viven una vida de miseria y pobreza. Xenia se hará amiga íntima de Ethel, construirán bajo esa realidad vulgar, otra muy distinta, compartirán el afecto, la complicidad y el deseo de vivir algún día en esa casa malva (rincón secreto, jardín secreto de Ethel) aunque eso solo sea posible en el sueño compartido.

“3Se reían las dos, se levantaban, caminaban por la alfombra roja de un hotel de moda. Todo caía en el olvido, las dificultades de la vida en el caso de Xenia, la pobreza en que vivían ésta y su hermana, su existencia de mendigas. En el caso de Ethel, las peleas entre sus padres, los chismes que corrían sobre las relaciones entre su padre y Maude, y la situación del señor Soliman, acostado en su cama, vestido como si fuera a irse de viaje”.


Todo ese capítulo transcurre en la adolescencia de Ethel, tiempo después su relación con Xenia se verá rota, y este será otro de los grandes dolores que cargará en la memoria. La casa malva y Xenia como sus dos moradas únicas de una infancia que paulatinamente se aleja, poniendo a Ethel en una situación de madurez precoz. Por eso cuando los padres se ven acosados y en banca rota, por culpa de Alexandre y sus malos negocios, la casa malva será tan solo un sueño lejano, arruinado por la imprudencia adulta, la irresponsabilidad, y será Ethel quien se encargará de asumir el control de la familia en proceso de quiebra. Todo eso se hará manifiesto en el capítulo llamado la Caída. La caída habla sobre el desmoronamiento económico familiar; si acaso, en ese mismo instante la segunda guerra en germen, los discursos antisemitas, racistas, la postura indolente de los franceses frente a las posturas radicales del gobierno alemán. Todo eso fue colisionando hasta que un día, el padre de Alexandre decide vender todas sus propiedades, en pago de todas las deudas familiares, y cae en una profunda enfermedad. Ethel y sus padres abandonarán París, se internarán en Niza (antigua localidad Italiana) y ahí será donde padecerán el desasosiego absoluto, el hambre sin escrúpulos que provoca la miseria de personas con títulos importantes como Maude, cantante y actriz de la vieja época, amor profundo de Alexandre y quien provocó en el transcurso adolescente de Ethel, las peleas y las discusiones familiares. Esta mujer también se localizará en Niza, pero vivirá de los desechos, la vejez y la soledad.  Esta situación de caos, la muerte rondando los días, los toques de queda provocarán, ahora sí, el encierro permanente y sin límite, en una casa estrecha de condiciones inhumanas y con el hambre asechando como la mayor victimaria.

“4Para ilustrar la metafísica de la conciencia habrá que esperar las experiencias en que el ser es lanzado fuera; o sea en el estilo de las imágenes que estudiamos; puesto a la puerta, fuera del ser de la casa, circunstancia en que se acumulan la hostilidad de los hombres y la hostilidad del universo”

La familia Brun es despojada de todas sus propiedades, incluso de todos los objetos entrañables de Ethel,  Justine y Alexandre. Ethel pierde su piano, objeto fundamental de la casa y de su intimidad. Estos seres despojados y expulsados de la casa natal, se ven alojados ahora sí, a la intemperie, a los sucesos violentos de los hombres sin guarida, sin lugar de resguardo y protección. Esa es la vida que tienen los Brun en la segunda guerra, no exentos a padecer la pobreza y la miseria, no exentos a la llegada de la misma muerte.

Ethel ha perdido dos moradas fundamentales en su vida; La primera morada de sus sueños, devastada por la imprudencia y ambición, la segunda morada; real  y vivificante, donde padece los horrores familiares pero también lugar en el que encuentra sosiego en soledad; en aquella habitación, lugar donde nos aguardamos en nosotros mismos, donde Ethen en más de una ocasión lloró por el vacío que inundaba su alma, por el hambre y la sed provocada por las esperanzas perdidas.  Pero en el transcurso de la guerra, Ethel no tendrá más de esos lugares en soledad, ahora su vida es inmediata y está sujeta a los pormenores del día, no hay espacio para imaginar paraísos de naipes, tampoco para vivenciar  el recuerdo de aquellas Islas Mauricio que tanto atormentaban a su padre, no hay lugar para la imaginación, había pues, ocuparse de subsanar las necesidades básicas, lo mas instintivo;  la propia supervivencia.

“5Comenzaba a escasear el dinero. Los ahorros que había juntado Justine vendiendo lo que había escapado a la avidez de los agentes de subastas habían mermado considerablemente al comenzar el invierno. Hacía falta coque para la estufa, serrín, queroseno para los cortes de electricidad. El piso estaba en la última planta de un viejo edificio sin nombre desde el que se dominaba el puerto. La vista era admirable, pero el frío atravesaba el cinc del tejado, por las ventanas abuhardilladas se colaba el viento (…) Los propietarios de pisos habían dejado de hacer reparaciones, la lluvia caía en cascada en la cocina y en los lavados, Justine había colocado sus cubetas de helechos en los lugares donde había goteras (…) Paulatinamente, la vida diaria había ocupado un espacio importante. Era como mantener los ojos siempre fijos en el suelo, en busca de algo, una monedita, un alfiler, una colilla. Reinaba un sabor a moho, un olor a humo en las calles, en los patios de las casas. Ethel subía por la carretera de cornisa empujando la bicicleta cargada de comida, de verduras, de leña para el fuego”.

Lo anterior nos habla de la transformación radical de la vida de Ethel, los acontecimientos externos, la salida de la casa segura y el abandono al azar del día, marcan necesariamente el paso hacia la madurez. Por eso es importante localizar estos espacios que se plantean en la obra, recordemos que todos los acontecimientos políticos o públicos, afectan lo íntimo y privado.

“6La casa es un cuerpo de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad”.

Sin la morada estable del sueño y sin la protección de la casa habitada, Ethel se encuentra en la ambigüedad, la inestabilidad planteada en la poética del espacio, la casa que se derrumba, la casa por donde se permea el frío, la casa del silencio y del miedo, la casa del hambre, la música del hambre. La opereta del hambre como define el propio personaje el declive que se avecina. Todos esos elementos importantes de la infancia y la adolescencia, se ven rotos y olvidados en esa experiencia truculenta de muerte y soledad, que marca a todos los personajes de la obra, pero que especialmente sellará la vida de Ethel.

Ahora bien, hablando de cuestiones estrictamente formales de la obra, hay que decir, que esta obra parece tener algunos visos autobiográficos del autor; las referencias constantes a las islas Mauricio, la experiencia vivida de su madre en la segunda guerra, hace pensar que Ethel se asemeja mucho a  la madre de Le Clézio. O al menos en algunos rasgos que atañen a la experiencia padecida en el holocausto nazi. Es una obra que a diferencia del Atestado, incurre menos en una escritura experimental, es más solvente, clara, pausada y sin la intensidad juvenil de la primera novela. Los capítulos manejan una especie de yuxtaposición parecida a la que utilizaba en el Atestado, no parece haber un hilo cronológico que conecte cada capítulo; estos a cambio, retratan un acontecimiento importante de la vida de Ethel sin suministrar un orden específico con los otros relatos. Sin embargo, aunque no hay una claridad sobre la cronología seguida por el autor en los capítulos de su novela, si vemos que hay un orden en relación a las etapas vividas del personaje. Los tres o cuatro primeros capítulos atañen a la infancia y adolescencia de Ethel y ya en la última parcela de la obra, se ve el lapsus de crecimiento de Ethel; obligada a asumir las riendas familiares y principalmente su propia vida.

La Música del hambre es una novela desconsoladora que retrata unos sucesos muy difíciles en europa de la segunda guerra. Este acontecimiento como lo he citado a lo largo del texto, es un fenómeno que permea la privacidad, tocando la integridad familiar. No vemos los sucesos desde una mirada exterior, o no demasiado. Sobre todo se aloja en la experiencia que cada personaje vive dentro de sí en relación al encierro ocasionado por el miedo y la soledad.

1. La poetica del espacio, Gastón Bachelard, 1993, Fondo de Cultura Económica, página 34.

2. La Música del Hambre, Jean Marie Gustave Le Clézio, 2008, Tusquets Editores, pág 24.

3.  La Música del Hambre, Jean Marie Gustave Le Clézio, 2008, Tusquets Editores, pág 35.

4. La poetica del espacio, Gastón Bachelard, 1993, Fondo de Cultura Económica, pág 37.

5.  La poetica del espacio, Gastón Bachelard, 1993, Fondo de Cultura Económica, pág 48.

lunes, 21 de mayo de 2012

Fragmento de "El Atestado".

Fragmento de "El Atestado". Cuando Adam Pollo recorre las calles siguiendo de cerca el camino y vagabundeo de un perro por la ciudad. 

"Un perro es seguramente mucho más fácil de seguir de lo que se suele pensar. De entrada  es cuestión de ojo, de altura de la mirada; hay que rebuscar entre los hormigueos de las piernas para descubrir la mancha negra que vive, que palpita, que corre por debajo de las rodillas; Adam lo conseguía con bastante facilidad por dos razones: la primera era que, como iba ligeramente encorvado, su mirada tenía tendencia a dirigirse naturalmente hacia el suelo, es decir hacia los animales cuadrúpedos que en él viven; la otra razón era que llevaba mucho tiempo entrenándose en seguir alguna cosa; se cuenta que cuando tenía doce o quince años, al salir del colegio, Adam se pasaba sus buenos ratos siguiendo a la gente así, a menudo a muchachas adolescentes, en medio del gentío. No lo hacía adrede; sino solamente por el placer de dejarse conducir a montones de sitios, sin preocuparse por el nombre de las calles ni por nada serio. En aquella época fue cuando tuvo la revelación de que la mayoría de la gente, con sus codos apretados y sus ojos voluntariosos, se pasa el tiempo sin hacer nada. A los quince años ya se había enterado de que la gente es imprecisa, indelicada, y que, aparte de las tres o cuatro funciones genéticas que realizan a diario, se patean la ciudad sin figurarse los millones de casas que podrían mandarse construir en el campo, y estarse en ellas enfermos, o pensativos, o indolentes. (…) El Perro encontró a la perra en el sótano, en la sección de electricidad. Había debido de explorar toda la planta de  la calle, deslizarse por entre centenares de pantorrillas, antes de verla. Cuando la vio, ella estaba bajando los primeros peldaños de la escalera que conducía al sótano; Adam tuvo por un momento la esperanza de que el perro no se atrevería a seguirla hasta abajo. No es que no tuviese ganas de acercarse él también a la hembra, al contrario; pero de buena gana hubiera sacrificado aquel placer para no estar más tiempo en el interior de aquel almacén horrible; estaba aturdido por el ruido y por las luces, era difusamente recuperado por todo aquel hormigueo humano; era en cierto modo como si diese marcha atrás y la náusea le vacilase en la garganta; sentía que se le escapaba la especie canina en aquel lugar cerrado de bakelita y de electricidad; no podía evitar leer los precios a su alrededor; una especie de comercio intentaba volver a poner las cosas en orden en su conciencia. Hacía cálculos a flor de labios. Hipócritamente, se iba despertando un apego ancestral aquella materia que habían tardado un millón de años en conquistar, y rompía en voluntad y desbordaba por todo su ser, traducido en minúsculas tergiversaciones, en gestos ínfimos de los párpados o de los músculos zigomáticos, en escalofríos por la nuca, en vaivén de adaptación de la pupila; el lomo negro del perro ondulaba delante de él, y Adam volvía casi a empezar a verlo, a sopesarlo en el seno de su cerebro, en un trémolo nativo de juicios en incubación. (…) De todos modos, el perro servía tan bien como cualquier otra cosa, porque los escasos paseantes con los que se cruzaba por la acera apenas lo miraban, detrás de sus gafas ahumadas, y parecían no tener el mínimo deseo de saludarle. Eso demostraba que él ya no pertenecía tanto a aquella raza detestable, y que, como su amigo El Perro, podía ir y venir por las calles de la ciudad, y husmear en los almacenes sin que le vieran. Pronto quizás él también podría orinar tranquilo en los ejes de los coches americanos o en las señales de prohibido aparcar, y hacer el amor al aire libre, en medio del polvo, entre dos plátanos”.

                                      Ernst Ludwig Kirchner - Frauen auf der Strasse

La Guerra (El Atestado)


Fragmento del Atestado de la página 129.

"La Muchacha se encogió de hombros:

"No tengo ni idea, ¿yo qué sé? No no creo que piensen eso - No pineso que crean que vaya a haber guerra atómica - A decir verdad, yo creo que pasan mucho"
"Que pasan, ¿eh?" 
"Puede, sí..."
Adam rió sarcásticamente.
"O.K, O.K", dijo con una pizca de amargura absolutamente no justificable, "pasan. Yo también. La guerra ha terminado, No soy yo quie la ha terminado, ni tú, pero eso es igual. Salimos de ella. Tienes razón. Sólo que un día, es para desesperarse, se ven venir de todas partes unos curiosos animales de fundición, pintados de caqui, color camuflaje, tanques auténticos que arremeten contra la ciudad. Se ven unas manchitas negruzcas que destiñen por todo el país. Te despiertas, corres las cortinas y ahí están, abajo, en las calles, van y vienen, te preguntas por qué, se parecen mucho a las horimigas, es como para confundirse. Tienen una especie de mangueras de riego que llevan consigo por todas partes y ¡pluf! ¡pluf! con un ruido muy suave, mandan chorros de napalm a los edificios. ¿Dónde habré podido yo ver eso? La lengua de llama que sale del tubo - continuúa sola por el aire, un poco arqueada, y luego se estira, se estira, entra en el interior de una ventana, y bruscamente, sin que parezca nada, la casa que arde, que estalla, como un volcán, las paredes que se desploman, todas a una, ralentizadas por la atmósfera calentada al rojo vivo, con gruesos redondeles de humo carbonoso y el fuego que chorrea de todas partes como si fuese el mar. Y los cañones, y los bazookas, las balas dum-dum, los morteros, las granadas, y, ¿y la boma cae en el puerto cuando tengo ocho años y yo tiemblo y el aire tiembla y toda la tierra tiembla y oscila delante del cielo negro? El cañón, cuando tira, figúrate, da un salto atrás con un lindo movimiento flexible, igualito que una gamba si estiras la mano hacia ella, con los dedos gordos amorcillados y coloradotes porque el agua está fría. Sí, el cañón al tirar hace un lindo movimiento de máquina engrasada, da un lindo tic mecánico. Gruñe, salta hacia atrás como un pistón, y hace bonitos agujeros trescientos metros más allá, agujeros no demasiado sucios que hacen charcos, después, cuando llueve. Pero te acostumbras, oye, no hay nada a lo que se acostumbre uno mejor que a la guerra. La guerra no existe. Hay gente que muere todos los días, ¿y qué, a ver? La guerra, es todo o nada. La guerra es total y permanente. Al final, yo, Adam, estoy en ella. No quiero salir de ella" 

miércoles, 9 de mayo de 2012

“ATESTADO DE UNA CATÁSTROFE EN EL PAÍS DE LAS HORMIGAS”





“Había más automóviles que transeúntes, y en una de ésas podía uno sentirse un poco solo por la acera” El Atestado


El Atestado inaugura el proceso creativo del autor, hasta el punto de instaurarlo en aquel entonces como escritor revelación de la generación del 68. Y parece ser que el texto nos profetizará o mejor, nos develará toda una extensa manifestación involuntaria presente en la fragmentación progresiva de su personaje principal. Ahora bien, no quiero adelantar los pormenores de la obra antes del párrafo indicado. El Atestado, como el propio nombre la designa (parece obvia la aclaración) nos da una seña esencial para la comprensión de la obra de Le Clézio; del diccionario de la real academia “atestado: atiborrado, hastiado, harto, saciado, abarrotado, repleto etc.”. Adam Pollo es el personaje  que como en un viaje iniciático de conocimiento y  re conocimiento de sí, nos embarca por el eterno viaje de la consciencia en “tránsito”, del pasajero eterno por la ciudad “umbral”, el héroe anodino y solitario que en su viaje hacia ningún lado, y que en su metamorfosis, se anula, arrojando las máscaras sociales no sin antes confrontarse así mismo con ese mundo hostil del que no sale para nada victorioso.

Adam Pollo es un hombre que decidió un día escapar de su casa, abandonar la seguridad de su familia, viviendo la inmovilidad y la rutina siempre predecible; se arroja un buen día al abandono de sí mismo y de todo cuánto conoce, para irlo construyendo y destruyendo a la vez; en su búsqueda de nada, pero al mismo tiempo, del encuentro de la propia voz, apagada en el tumulto citadino y los discursos que rigen el mundo que le ha tocado vivir. 

La narración de la novela de Le Clézio se realiza en una tercera persona del singular, aparentemente hablamos de un narrador heterodiégetico, que nos cuenta la historia instaurado desde un afuera, un exterior que sigue las vicisitudes de Adam en su viaje por la ciudad, pero es en el párrafo final, dónde el propio narrador se devela como personaje, se confiesa como participante y protagonista a la vez.  El narrador – Adam, personaje en estado perpetuo de anulación de sí, que en su propia estrategia de narrarnos los sucesos, nos hace manifiesto su exteriorización, su mirada en retrospectiva absoluta del ser y es que cuando narramos en primera persona, pareciera posible la confesión. Sòlo en algunos capìtulos veremos la incursiòn de la primera persona del singular, Adam Pollo en sus diarios, o en el intercambio de cartas a Michelle. 

Adam, se aloja a vivir en una casa abandonada cerca del mar, es en ese ir y venir en la narración donde nos localizan por vez primera a Adam, en un estado iniciático;

“Pues érase una vez, durante la canícula, un fulano que estaba sentado delante de una ventana abierta; era un varón desmesurado, un poco encorvado, y se llamaba Adam; Adam Pollo. Tenía pinta de mendigo, siempre buscando por todas partes las manchas de sol, manteniéndose sentado durante horas, moviéndose apenas, por los rincones (…) Era como esos animales enfermos que, diestros, van a esconderse en refugios y acechan muy bajito el peligro, el que viene al ras del suelo, y se ocultan en su propia piel hasta el punto de confundirse”.

En esta primer descripción del personaje nos dan algunas señales de las acciones posteriores del héroe, un “hombre mendigo” que se mantiene impávido por horas en la espera de absolutamente nada, en el vaivén y flujo de los días alojados sin temporalidad ni espacio preciso. El espacio y tiempo de la novela siempre serán ambiguos, lo que nos permite sugerir que la novela no está alojada en un interés por reproducir miméticamente la “realidad”. Se percibe el efecto contrario de quién se aloja en la mente de un ser que está por encima de las categorías definidas de ese mundo real. De ahí que todo lo que Adam pollo vivencia en su constante ir y venir por los parajes internos de sí, son el resultado inmediato de una catarsis del personaje, el cuál nos permite viajar entre sucesos comunes a la rutina diaria del mundo atiborrado, y  tambièn su sentir mimetizado con sus fantasías oníricas y e ilusiones. No nos describe el mundo tal cuál es, nos crea un mundo aparte, con sus propias leyes, pero que indefiniblemente parte de esa realidad referencial, porque es ella su motivo último y también su última razón de ser.

En el estado constante en “tránsito” del personaje, definiendo el término de “tránsito” según Manuel Delgado cómo: “Su estado es el de la paradoja, el de alguien al que se ha alejado de los estados culturalmente definidos”. En ese acto del ritual de paso, encontramos varios elementos que pueden servir como herramientas de interpretación del personaje y del mundo que describe.  Porque ese estado de transformación, de mimetización y de ruptura social con los valores comunes de una sociedad en especial, son procesos que el personaje vivencia a lo largo de su viaje. Hablamos de pequeñas rupturas, de códigos aprehendidos por las distintas instituciones que regulan la estructura social; la familia, el estado, la salud, etc. Instituciones que como podemos ver en el Atestado son constantemente puestas en tela de juicio, Adam Pollo anula los valores conscientes que representan a esa estructura básica y esencial de vida social, y se aleja a tal punto de construir unas propias reglas y normas de convivencia. El personaje de el Atestado, es un ser en el “umbral” o “Liminal”, en los desbarajustes de la estructura; ser un liminal o “liminoide” consiste en no estar alojado a un lugar determinado, significa estar en un estado ambiguo, la ambivalencia del Ser y Estar. Adam Pollo, se encuentra en una instancia de no reconocimiento de los patrones que lo definen en ese sistema Social. La ciudad que recorre parece el paraje mismo de su propio mundo interno, porque es la ciudad o los no lugares que la componen, es decir, los Umbrales que la construyen; las zonas fronterizas del ser indeterminado, anónimo, y que se mantiene en un estado perpetuo de trance y metamorfosis.

La Metamorfosis de Allan Pollo, que no está de más en decir, dialoga con la obra emblemática de Franz Kafka, La Metamorfosis. Gregorio Samsa, también, asume en su identidad y en su ser, un proceso exhaustivo de “deshumanización”, proceso de pérdida de los valores y fundamentos sociales que lo identifican y clasifican. En Allan Pollo, esa metamorfosis se dará en distintos grados y no de forma absoluta, como sucede en la obra de Kafka, porque si bien es cierto, nuestro héroe se transfigura paulatinamente, no será sino hasta el final de la obra en que podemos dilucidar ese cambio absoluto del estado del Ser.  Uno de los ejemplos en que el personaje se metamorfosea lo vemos en la primera visita de un personaje del que hablaré posteriormente, el único personaje de la novela que parece mantener una comunicación sino constante, al menos más frecuente. Michelle va a visitar a Allan Pollo a su casa cerca del mar, interactúan abruptamente con diálogos chocantes y que denotan una profunda incomunicación que comienza a tener nuestro personaje central, acto seguido, los dos se embarcan en la noche a recorrer el mar, a divagar en la oscuridad poblada de ausencia y que es el escenario de una de sus metamorfosis más extravagantes o si se quiere mas epifánica, por el poder hipnótico que confiere la narración al acontecimiento de transfiguración ( cambio de un estado a otro; animal, vegetal etc.)

“Sobre todo Adam: no pasaba día sin realizar aquella maravilla: excitando hasta el paroxismo su sentido mitológico, se rodeaba de piedras, de escombros; le hubiese gustado tener todos los desperdicios y basuras del mundo para sepultarse en ellos. Se centraba en medio de la materia, de la ceniza, de los guijarros, y poco a poco, se convertía en estatua de sí mismo. (…) Adam parecía el único que podía morir así, cuando quería, con una muerte propia, escondida; el único ser vivo del mundo que se iba apagando insensiblemente, no en la decadencia y la podredumbre de las carnes,  sino en la congelación mineral”

Este primer proceso de anulación absoluta del individuo hace recordar un acto casi erótico, el ser que en un estado de éxtasis profunda se disuelve hasta convertirse en algas, desecho, inmovilidad absoluta. Acto erótico de entrega absoluta como el que sugiere Bataille en su libro de El Erotismo, no ya en un darse al otro, a la mujer o al amor, sino en darse eróticamente a la nada, al vacío finito del ser, sin recovecos posibles donde encontrarle. Nuestro personaje se transforma en otro, agota los límites de su propia carga existencial, para desprenderse de su corporalidad y hospedarse en otra dimensión, con sus propias leyes de existencia. Este mismo acto catártico es nombrado en la obra de El Animal Público, en este caso en relación a ese estado en “trance”, descrito desde la antropología en actos de ritual y toda la tipología de trance que la constituye, “chamanismo, posesión, éxtasis místico, etc” Se describe este paso casi metafísico de traslación de un estado visible a un estado invisible, lo profano y lo sagrado, el umbral precisamente del que hemos estado hablando pero llevado a la totalidad, porque es en ese otro extremo de lo innombrable o indefinible donde el personaje se aloja, más allá de las categorías, más próximo al olvido absoluto de su ser, y a una distancia un poco más lejana del Umbral. Recordemos que umbral o margen, (Victor Turner) no es el que este por fuera del sistema, sino todo lo contrario, es el sujeto que se encuentra en medio, en la ambigüedad y la indefinición.

Episodio como el de su transfiguración mineral se experimentará en varias ocasiones a lo largo de la narración, nos irán develando todo el proceso de despersonalización y anulación de individualidad, que no es otra cosa, que la ruptura total, del mundo social que lo rige. Por eso mismo anotaba en un principio que el narrador se presenta como un agente externo a la narración, el se describe así mismo, pero instaurado en una distancia, en la tercera persona del singular; Adam Pollo hace un seguimiento de su experiencia a través de la palabra, pero una palabra alojada no en lo íntimo y personal, sino en la palabra que posibilita el distanciamiento oportuno para poder verse así mismo desde afuera.

 Es importante también resaltar que Le Clézio es hijo deudor de una fuerte tradición Filosófica y teórica Francesa. Ya en la propia diegesis de la obra, el narrador (Adam Pollo) interactúa constantemente las elocuentes y retóricas reflexiones del personaje en relación a lo que experimenta. La narración es yuxtapuesta, no líneal, a veces con la sensación de ruptura común del cambio de plano utilizado en el cine. El Extranjero de Albert Camus, es una obra que se presciente de manera indirecta en el Atestado. Porque Adam Pollo al igual que el Señor Meursault es un personaje que divaga sobre su estado del ser, y es plenamente consciente de los límites impuestos por ese mundo social al que no logra penetrar y comprender. Y sobre todo, sobre un universo simbólico, llámese “estructura social, cuerpo social” en constante movimiento y modulación, que da paso y posibilita la no sociedad, o mejor decir, la anulación de los rasgos distintivos que por antonomasia nos definen en raza, nación, género y otra cantidad de estratificaciones generadas por esa construcción social y simbólica. La posibilidad del No ser, es la posibilidad de la nada, de la ausencia de identidad, de los parajes al margen donde localizamos a nuestro personaje del Atestado. “La reducción a la nada de un organismo social coincide con su exaltación, con la puesta en escena de su totalidad” Así pues la anulación del ser a la manera del pensamiento de Sartre, el “Ser y la nada”, o también, valdría decir, de la tradición del Existencialismo Francés que marco tanto los años posteriores a la segunda guerra; con todo el nihilismo arrastras, y la insatisfacción de un mundo que cada vez mostraba sus garras al individuo localizado en la desesperanza y la muerte. Bajo todo ese contexto social e histórico, surge la obra del Atestado, recordando de manera muy leve, los acontecimientos vividos en Argelia y la posterior independencia del país Africano. Pero nos habla del individuo desalojado de esa estructura social, no por adrede, ni por rebeldía adolescente, sino porque Adam Pollo es hijo de esa tradición del héroe moderno, a la par del personaje de Herman Hesse en el Lobo Estepario, Harry Heller. O también como lo dije anteriormente, de Meursault en el Extranjero de Albert Camus. Hèroes al margen de la realidad a la que pertenecen. Nos hablan de una sociedad llevada al paroxismo y a la anulación; la catástrofe de la primera guerra y la segunda guerra mundial, promueve esta nueva tipología de héroe urbano; el hombre despojado de las bases sólidas que lo consoliden y lo afirmen. El fracaso de occidente, con la devastación y el dolor, permea de desesperanza a estos personajes anómalos, desarticulados de la estructura, esa que años anteriores llevo  en todos sus límites la muerte y la anulación total del ser.

“El, Adam, estaba lo que se dice perdido; al no ser perro (al no serlo aún, quizás), no podía tomar referencia a través de todas aquellas anotaciones colocadas de plano en la calzada, aquellos olores, aquellos detalles microscópicos que surgían del macadam sonoro y envolvían mecánicamente, gracias al hocico, a los ojos, a las orejas, o incluso al simple contacto de las almohadillas de las patas, del rascar de uñas, del bulbo raquídeo. Y al no ser ya humano, en todo caso nunca más, pasaba sin ver nada por el pleno centro de la ciudad, y ya nada decía nada” El Atestado – Le Clézio.

Por otro lado, vale recordar que Le Clézio es un autor que bebe principalmente de la contemporaneidad, en relaciòn a la influencia del Cine en su obra. Es un cinéfilo declarado, tanto así que su última novela o obra tiene una relación directa con la historia del cine y de las películas que lo han marcado a lo largo de su vida. De esto no hablaremos, tanto que bastará esperar una buena temporada para obtener el ejemplar traducido de esta su última obra. Pero lo que quiero rescatar, es que en su ópera prima este rasgo no es ausente, sino todo lo contrario, se muestra como un elemento que no se puede pasar de largo. El narrador hace uso de recursos fílmicos para darnos el panorama de la ciudad atiborrada que recorre Adam. Tanto que ese deambular sin sentido del personaje se nos muestra como un gran plano secuencia, o incluso el narrador nos permite adentrarnos íntimamente en sucesos aparentemente inverosímiles y sin importancia, localizamos un primer plano en la forma en que Adam prende el cigarrillo (que nunca falta en el transcurso de la obra) o incluso el gesto físico de la gota de sudor que cae por su rostro, o el sonido de las sandalias de Michelle cuando llega a la casa de Adam.

"(...) El autobús la depositó en la carretera, a la altura de la primera curva después de la playa. Miró a su alrededor, las villas, los jardines, las colinas que se sucedían una a otra, encadenándose en curvas blandas en las que la vegetación era más tupida que en otros sitios, y todo ello sin reconocer nada que pudiese orientarla. Anduvo lentamente por el terraplén, asentando sus sandalias en el revestimiento de gravillas, se podía suponer que ocupaba en hacer plegarse el zapato hasta ese punto preciso, hacia los 30º de inclinación, en el que el cuello del pie tensa al límite las correas de cuero y las hace chirriar, una sola vez, con un chasquido seco que delimita el ritmo de la marcha" El Atestado (pág 121)

En este fragmento hace alusión al cine, como lo seguirá haciendo a lo largo de la novela:

“A menudo he pensado que me gustaría mucho ser operador en la cabina de proyecciones de un cine. Para empezar, estás encerrado en un cuartico, tú sólo con la máquina. Aparte de la puerta, y las troneras, que dejan pasar el rayo luminoso, no hay aberturas. Lo único que tienes que hacer es colocar la bobina en su eje, y mientras se desenrolla,  con un ronroneo agradable, puedes fumar cigarrillos, y beber cerveza a morro, mirando la luz de la bombilla violácea,  y diciéndote que eres, como a bordo de un paquebote de turismo, uno de los escasos personajes a los que no se la dan con lo que pasa”

El cine aparece como un  poder de vislumbrar lo no visto por el ojo, lo que no se percibe a simple vista, la captura del idioma corporal indescifrable, que se escapa al ojo. Pero Adam posee ese ojo cinematográfico; del modo voyerista, el cual se muta con las situaciones y no permite dejar pasar de largo el más mínimo detalle, aparentemente minúsculo y de poca importancia. El ojo que focaliza los sucesos, prima algunos, en su mayoría (según la relevancia que le da la estructura social) nimios. Por ejemplo todo el rastreo que hace del seguimiento del perro por el centro de la ciudad, y más aún el momento erótico en que Adam se vuelve a mutar y transformar, mientras el perro copula con una perra en pleno centro comercial y a plena luz del día. Este poder evocador de la mirada, y esa visión entre el plano panorámico y el primer plano, y posteriormente el constante plano secuencia que el personaje desarrolla a lo largo de la novela, nos aloja en esa otra dimensión desarrollada por el Animal Público de Manuel Delgado, en relación al cine como herramienta etnográfica, precisamente por su poder de mostrar lo indecible, lo que se escapa habitualmente al ojo, y que solo es posiblemente registrado por la cámara, percibiendo otro lenguaje más allá del verbal; el lenguaje cifrado de los gestos, movimientos, interacciones, cambios, modulaciones. Todo lo fácilmente olvidado y difícilmente visto.

Esta lucha constante entre Adam, y las instituciones que rigen ese sistema social, llega a su último nivel cuando este ha sido apresado en la calle, en el preciso momento en que surge la ruptura absoluta con el mundo de lo “real” o mejor decir, en la estructura social de la que proviene. Unos minutos antes ha recibido la carta de su madre que le pide a gritos que regrese a la casa, Adam Pollo rompe abruptamente con la institución “familia” y luego termina por desalojar su mundo interno y hacerse oír. El hombre que ya no tiene contacto con su mundo de referencia, puede hospedarse en un estado de libertad, que le confiere, el derecho a pararse en mitad de una plaza y vociferar insultos, a desahogar sensaciones, o sencillamente a decir palabras ya sin ningún hilo conductor y narrativo. La anulación del ser ha llegado a su mayor nivel, surge a través de la ruptura del lenguaje, que es siempre el elemento que permite vislumbrar la cohesión a unos códigos ya determinados. Acto seguido, es encerrado en un hospital psiquiátrico, un lugar que termina por ser la locación absoluta de ese proceso mimético y de inmovilidad. El ser alojado a la nada absoluta, el ser encerrado y coartado en su libertad. Adam Pollo se metamorfosea con la habitación que lo limita, se anula absolutamente al estar postrado en una cama mirando durante largas horas el techo, sin la espera de nada, sin la angustia de nada más. Sumido en la existencia sin vacilaciones y aspiraciones, sin la desoladora mirada del transeúnte, sin la confrontación con ningún mundo,  tendido y aislado, en su único lugar de escape, en la verdadera habitación que le recibe en tranquilidad, su propia mente y su misma metamorfosis.

“Adam, solo, tendido encima de la cama bajo una estratificación de corrientes de aire, ya no espera nada. Vive enormemente, y sus pupilas miran al techo, allí donde, hace 3 años, caló la hemorragia del 17. Sabe que la gente se ha ido, esta vez bastante lejos. Va  a dormir vagamente en el mundo que le dan; enfrente del traga luz, como para contestar a las seis cruces gamadas de los barrotes, cuelga de la pared una sola y única cruz, de nácar y rosa. Está metido en la ostra, y la ostra en el fondo del mar”

Bibliografìa:

El Animal Publico, Manuel Delgado, 1999, Editorial Anagrama, 1999.
El Atestado, J.Marie Le Clèzio, 1994, Editorial  Catedra Letras Universales
Ediciòn y Ensayo de la misma obra, Susaca Cantero.
El Erotismo - George Bataille 



J.M.G Le Clèzio


Jean Marie Lè Clèzio, escritor Francés galardonado con el Nobel en el año 2008. Es un autor de más de 40 obras y apenas un tercio de ellas han sido traducidas al español. Pese a eso, este autor representa muchos rasgos de lo contemporáneo, es un hombre de “mundo”, un colono errante que pese a su nacionalidad ha escrito sobre diferentes temas; entre ellos, la mirada de otras tierras ajenas al mundo Europeo. Cuándo tenía apenas 23 años escribió su primera novela que fue galardonada con el premio Renaudot en el año de 1963. En esta primera etapa de su obra literaria Lè Clèzio se caracteriza por una exploración y experimentación con el lenguaje; esta obra retrata la marginalidad y la desadaptación, y recoge la influencia de obras cumbres de la literatura francesa, la introspección habitual del existencialismo pasado, la exploración narrativa de la “Nueva Novela”, y una gran cantidad de voces literarias importantes de la historia narrativa Francesa. Sin embargo, la obra de este autor ha marcado varios puntos de referencia distintos, esa primera etapa se caracteriza por ese proceso de búsqueda tanto en estilo como en los contenidos que retrata(explorando la marginalidad, los miedos provocados por la ciudad atestada, la desadaptación, la locura), la segunda etapa de la literatura de Clèzio; abandona el vertiginoso ritmo experimental, para abordar temas como “los viajes, la infancia, la mirada hacia otras tierras no Europeas” que permitió que este autor fuera reconocido en otras latitudes no Francesas y no necesariamente Europeas, Lè Clezio se descentraliza para adentrarse al desconocido mundo cultural Africano en “Desierto” y también, escribe algunas obras sobre su experiencia en México con comunidades indígenas, y también su permanencia en Perú con otra comunidad autóctona. Este autor se revela influenciado de forma directa por el cine, tanto que este siempre está presente como elemento referencial o por la misma construcción narrativa - visual que provoca su lectura. Por todas estas razones considero que es un autor que vale la pena abordar, para acallar el silencio de la poca traducción a esta lengua Española y porque es un observador contemporáneo de ese mundo global, interconectado, una voz que se alza en nombre de la universalidad, y de las contingencias culturales que nos hacen diferentes pero que hoy más que nunca son visibilizadas y puestas en tela de juicio.